viernes, 27 de abril de 2012

Debitor est



Ensomna Preludio Opera A

“ - Por más que creas que tus sentidos se encuentran sensorialmente activados, bien puedo anticiparte que alcanzarás el momento de una duda.
De una profunda, de una concomitante duda.
Y en el caleidoscopio de tu natura y de tu psique, sabrás concederle el valor de que me precie en conducirte hacia la misma.

Escúchame bien, protagonista de esta senda, solo te lo diré una vez. Una única vez.

No osarás en levantar tu cabeza.
Te abstendrás de mirar hasta que yo te ordene que mires, y observes.
Te abstendrás asímismo de articular palabra alguna.

Sólo se te permitirá que tu olfato intuya.
Que tus oídos presientan.
Y que los poros de tu piel se ericen.

Dudarás de si estarás a la altura.
Tanto que experimentarás el vértigo de sentirte culpable por estar en el límite de defraudarme.
Tanto que sufrirás la potencial pérdida anticipada de no poder considerarte una sumisa que pueda aspirar a una condición como tal.

Dispondrás de la opción de confesar que no podrás contentarme.
Las lágrimas formarán parte del atrezzo femenino que complementas con la ropa que has comprado en la tienda de Tuset.

Y quizá -exhausta pero plena, con duda y con autovergonzante confesión-, quizá, quizá admitas tu condición de novel en la misma proporcionalidad que ostentas ser Catedrática de la Femenina Sensibilidad.”


Ensomna Epílogo Opera B

 ¨- Las llaves de tu coche, aparcado en la segunda planta del centro comercial, obran en mi poder.
El empleado de la gasolinera ubicada en la localidad de la periferia, ha accedido a no entregártelas hasta que te insinues a él.¨



lunes, 17 de mayo de 2010

Initium Sumpsit


¨El semáforo en rojo en Travessera de Gràcia me ha recordado que vivo en una doble piel.
Que muda intermitentemente, sin calendario previo, anónimamente.
La euforia matinal de una mañana de mayo deja sendas internas por re-explorar.
Sentirte identificada en el rigor, en la esencia, en la identificación anónima de estas mis palabras, es el pequeño y humilde tributo que merecen mis pensamientos en un semáforo a primerísima hora de un anónimo dominante Lunes.

Vivimos, transitamos, pensamos y caminamos diariamente en la ciudad a lo largo de las calles.
Las aceras de las mismas nos observan como seres inanimados en la meticulosidad, en la concentración de nuestros pensamientos, de nuestras tribulaciones.
De nuestros anhelos.

Esta mañana -temprano, muy temprano- un semáforo en rojo en Travessera de Gràcia ha accedido a observarme en silencio.
Un Semáforo en rojo.
Con la espiral de un sinuoso aroma de complicidad asertiva que no requiere de referendums.
Atento y vigilante a mi anónima esencia.¨

AVB / EPO

miércoles, 13 de agosto de 2008

In Veritate Libertas




En la época de los Médicis la humillación se contemplaba más que como un juego ó un simple procedimiento. Era un anclaje de sometimiento y a su vez un complejo y ceremonioso ejercicio de liberación y de adquisición de la libertad. Si me permites humillarte, te libero. Esto es, yo soy el que tiene la potestad de concederte esa libertad, para que dejes de ser un siervo feudal, pero a cambio, he de humillarte. Y para que yo pueda humillarte, tú, siervo feudal, has de permitirlo.
Simple.
No en vano, los Médicis siempre mostraron predilección por los postulados platónicos.

Palabras similares, palabras quizá erosionadas por el tiempo.
En la cafetería de un Hotel.
Hotel Diplomatic, Pau Claris con Consell de Cent.
Años atrás.
Un flásh de memoria en su traje de chaqueta, azul marino.
Porque su blusa no quedó memorizada.
También ha sucumbido a la venganza del tiempo la modalidad, la tonalidad, el modelo de sus zapatos.
Se olvida quizá lo que no debe perdurar por ser intrascendente.
Poco sustancial, poco sustantivo.
Aunque la memoria –lo sabemos todos-, es caprichosa, voluble, pero siempre tirana.

Y unos años después y por una dinámica totalmente opuesta he regresado hace escasos días a esa cafetería. Y he concatenado un ejercicio de capricho memorístico con un álbum de imágenes mentales en las que prevalece el exquisito gusto conversacional de aquella tarde.

Poderoso mecanismo el de la Humillación, a menudo mal entendido, peor explicado, mal ejercido, mal expuesto.
Mecanismo en el que suele concentrarse múltiples preguntas, pocas respuestas, muchas contradicciones, muchos recovecos que oscilan en torno al ámbito D/S.
Un mecanismo muy, muy, muy caleidoscópico.
He escuchado decenas de opiniones al respecto y todavía configuro en mi mente su significado. Porque para mí es múltiple, o al menos dual.
Quizá porque, de hecho, yo también lo sea.

Muchas, muchos lo concibirán como cualquier tipo de actividad en la que una persona dice o hace algo que provoca sentimientos de vergüenza, denigración ó anulación en el otro. Y se puede llegar a ello con algo tan simple como "hablar sucio", por ejemplo mediante el uso de términos como "débil", “inferior”, ó "puta" para referirse a su pareja.

O se puede canalizar de forma tan compleja gracias a la configuración la creación de situaciones que son embarazosas para su acompañante : la exposición a él o ella desnuda delante de terceras personas, caminar él o ella en torno a una correa.
O dejar deliberadamente en la conserjería del edificio de oficinas en el que él ó ella trabaja una bolsa de un conocido sex-shop de la ciudad a su nombre.
Diferentes personas, diferentes psiques.
Diferentes factores desencadenantes emocionales.
La gama de actividades implicadas en la humillación –en su vertiente como juego, ó en su vertiente como tránsito y ceremonia- es enorme, y lo que una persona encuentra como sumamente embarazoso, podría no ser así para otro sumiso, otra sierva.
Así, por ejemplo, mientras a alguien le resultará muy violento desnudarse, vendada, delante de terceros, para otra persona, quizá, no lo sea. O que no lo sea, quizá, para ésta última, por ejemplo, comparado con el hecho de ser instruida, aleccionada, obligada a -en pleno mes de Julio ó de Agosto- a caminar veinte veces, veinte trayectos, vestida absolutamente de negro, en el recinto interior de L´Illa Diagonal, o en Madrid Xanadú.

Algún sumiso ó sierva no haría lo primero.
Muchas, muchos, tampoco harían lo segundo.


La humillación es un dominó negro que se construye con los sentimientos que produce, no con las propias actividades que la genera. Pero, ¿por qué le gustaría a alguien hacer sentir y hacerse sentir de esa manera?


He dedicado mucho tiempo a pensar en ello.
El “jugueteo” vainilloide de la humillación es algo relativamente frecuente entre los y las entusiastas en D/S. Y muchas veces se vive como capítulo, como numerito, más que como esencia de tránsito.

La apelación de la humillación es muy difícil de explicar a aquellos-as que no la entienden : parece ser una de esas cosas que o bien se capta a la primera, se obtiene su significado o nó, y si no se logra, confluye en forma de un degradante y áspero incomprendido castigo.

La humillación y la vergüenza pueden provocar una respuesta visceral; bajo las circunstancias y con las personas adecuadas, se le atribuye una inmediata excitación sexual que se asegura queda canalizada de forma más palpable en el elemento sumiso, servil. Siempre es peligroso tratar de añadir un "por qué". Razones, a nivel psíquico, las hay a decenas.
Para una determinada tipología de psique servil, una más que posible explicación es que el sujeto haya inroyectado en su mente por la educación, por el contexto familiar, por el ámbito social-educativo que la sexualidad sea algo vergonzoso. Una gran cantidad de personas atraviesan etapas y largos períodos de intensa vergüenza durante la pubertad y en su pre-adolescencia. Sobre todo si crecen en esquemas conductuales represivos ó con ambientes negativos que generen contradicciones en la velocidad con la que se acompasa evolución psíquica con evolución fisiológica.


La contradicción es adictiva. Más aún en etapas de bisoñez.


Se comienza con los sentimientos de excitación y con una confrontación de la incipiente sexualida generándose respuestas y reacciones de vergüenza y culpabilidad ; éstas dos experiencias emocionales quedan vinculada, unidas, selladas. Y en muchos casos, reversibles en el impacto que una genera sobre la otra. Por ello, finalmente, los sentimientos de vergüenza se mimetizan en sentimientos de excitación. Para otras personas, parece ser la impotencia y el sentimiento de desamparo asociados con actuaciones humillantes lo que realmente les empuja al sinuoso y ambiguo sentimiento de desear sentirse denigrado, denigrada.

Son dinámicas irracionales en muchos casos, viscerales. No tienen por qué estar asociadas a algún elemento concreto de un pasado que levanta nieblas en nuestro presente.


Ocurre, está ahí, flota.


Tampoco puede establecerse un paralelismo con que la impotencia sentida proceda de cualquier tipo de trauma : éste es un tema que en algunos tratados de psiquiatría ha generado una mayor controversia, y ciertamente es apasionante.
Ejemplo : imaginemos una chica joven de 16 años, bella y agraciada. Que aspirara en su momento a convertirse en modelo de Pasarela, una especie de top model. Pero que desgraciadamente tenga un accidente de moto, común entre adolescentes, y lamentablemente le quede una secuela de una leve cojera en una de sus piernas. Frustración, impotencia, cambio de planes.
Un mundo, un futuro al suelo. Abajo. Nada. Dolida, frustada, traumatizada.
Tiene que vivir con ello. Seguirá viviendo, seguirá otro futuro, seguiré asumiendo que un día ella pudo llegar a ser modelo, pero que un absurdo accidente de moto truncó sus expectativas. Y crece.
Y sigue su vida.
Y un día, descubre que fantasea. Con ser denigrada, humillada, atacada. Pero con un elemento clave : en un taller de motos, sobre una moto. Con algo que gire en torno a las mismas. Autocastigo. Expiación. Dónde queda la impotencia, dónde queda el trauma. Dónde queda el deseo de autohumillarse con ese castigo que aún sólo ella en su mente y en su recoveco íntimo, sólo ella conoce.

Elementos puramente irracionales, o elementos basados en una secuencia lógica de desencadenamiento.
Algo que no tiene sentido, algo que no tiene ninguna razón lógica.
Simplemente una peculiaridad, un toque exótico en ese órgano aún enormemente desconocido llamado Cerebro.
Pero cuyas neuronas reconocen y admiten en silencio lo que es el estímulo.
El estímulo real -puro, desencadenante- al que la Irracionalidad le importa tanto como a un ciudadano de Hong-Kong conocer que en Segovia existe un pueblo llamado Aldealázaro.”


Palabras similares, palabras quizá erosionadas por el tiempo.
En la cafetería de un Hotel.
Hotel Diplomatic, Pau Claris con Consell de Cent.
Años atrás.
Flásh de un traje de chaqueta, azul marino.
La memoria me continua impidiendo recordar cómo era su blusa."


viernes, 1 de agosto de 2008

Erga Omnes


“ Acaso si lo que sientes te confunde. Porque aterrizas en estas líneas y alguien te dice que sí, sí, que sí te has puesto esa blusa ligera y cómoda, y que sí, sí, acaso te has perfilado brevemente los ojos. Sin apenas sombra. Como una chica más, como una mujer más, como una persona normal más que aún no ha comenzado su etapa estival, o, precisamente quizá lo contrario, que quizá hayas reiniciado tras unos breves días de asueto, de nuevo, tu singladura laboral, profesional. O de estudios. Como una persona normal, como una mujer normal. Y te miras en el espejo, y ves eso, eso es lo que ves, porque eso es lo que eres.

Y claro que lo eres. Y claro que lo piensas, y claro que lo admites. Como también sabes que posees el otro elemento. El otro elemento que te acaba de configurar completa. Una configuración de mujer, de chica, de mujer adulta que sin ese ingrediente no se autoidentifica. Porque todos sí que nos identificamos. A veces, a veces con más o menos acierto. Pero autoidentificarse es distinto. Y en ese nivel incorporas tu ingrediente, tu secreto, tu tendencia, tu realización, tu complemento, tu alter-esencia. No sabré decirte con certeza si es un alter ó si es una Intro. Pero si lees, si captas, si entiendes, si comprendes, si percibes, si intuyes, entonces, entonces bien puedes posicionarte para comprender a esa doble persona que eres :

La que quizá se pone la blusa de Mango.
La que quizá estrena esa modalidad de rimel adquirida en Sephora.
La que quizá haya tenido una dura jornada con hastío y stress de e.mails.
La que incluso quizá sufra de un insomnio de verano que le fuerza irracionalmente a leer estos párrafos a estas horas.
La que sabe discernir, diferenciar.
La que sabe distinguir cuándo existe la Versión A de sí misma. Y cuándo la Versión B.

Y ahora no sé decirte si me lees como A, como B.
Si como A me crucé contigo en Mitre esta mañana.
O si como B estabas pensativa en el cajero de la sucursal bancaria.

Esa dualidad. A. B.
Dualidad duplicada en también en la mía, en mi esencia de A, B.
Fugaces instantes en los que sólo se puede intuir cuando se entrecruzan ambas.
Fugaces, breves.
Con un mecanismo tan liviano, tan ligero, tan poco certero y cierto que siempre nos induce a la duda, al desconocer dónde y cuándo podemos plasmarnos en lo que somos.


Pasillo, pasadizo, espejo.
De Complementariedades, de divergencias y de afinidades.
Erga Omnes.
Dualidad de tu A, de mi B.
De tu color, de mi blanco y negro.
Aunque no podamos, no debamos mostrarlo.”

jueves, 11 de octubre de 2007

Obiter dictum




“Angulo recto de Caricias Amargas.
Como caminar autoimponiéndose no dejar huella.
Vivir en oculto.
No lo plasmas, no lo dices, no lo vives en abierto.
No lo exteriorizas.
No lo exteriorizo.
Me cruzo contigo en el pasillo, en el corredor de un aeropuerto –cualquiera, el que sea- pero me observas y no sabes si es cierto, no sabes si no lo es.
Si puede ó podría ser.
Cómo te lo explico si no lo acaricias.
Si no acaricias el lado amargo de lo que eres, de lo que sientes, si no llegas a acercarte a este Angulo Recto de Caricias Amargas.
Escribo, me lees.
Lees, captas o no entiendes.
Aroma de Vela, Humedad de Pasadizo.
Puedo haber cruzado mi mirada con la tuya en Porta del Angel.
Puedo haber esperado mi turno a que pagases en la tienda de la esquina con Travessera.
Puedo. Puedes. Quizá.
Transitar en esencia sin renunciar a una estética, a un gusto, a una no-articiosa serenidad y a una cierta elegancia.
Que te has cansado.
Que te has cansado –hace ya tiempo- de los artificios de los pasatiempos.
De los recién llegados, de los duales a tiempo parcial, de los advenedizos, de los que leen y no captan, de los que hablan y no se expresan, de los que mandan y no te los crees, de los que ordenan y provocan Hilaridad.
Hilaridad, qué precioso vocablo.
Hila, con hilo, hilaridad, hilo -hilo en tu silueta, negro, blanco, fino, sinuoso- hilo que acaricia y duele.
Hilo que duele y sana.
Nadie me rescata de mi anónima bruma, en la que me entremezclo y caleidoscópicos reflejos de la misma se proyectan en estas 23 líneas.

Angulo recto de Caricias Amargas.
Angulo amargo de Caricias Rectas. ”

sábado, 3 de marzo de 2007

Requiescat


“La noche de Watford.
En fláshes.
Años.

Años después.
Una noche con su propia senda.
Con sus propias derivaciones.
La noche de Watford aprendí a qué sabe el sabor de vainilla.
Y a qué sabe el chocolate amargo.


El trayecto se hizo largo, larguísimo, porque a pesar de que habíamos quedado en las cercanías de Kingsbury con nuestro Introductor, los tres nos dirigimos a recoger a la otra pareja que vivía en Eascote.
No podíamos revelar en ningún momento nuestra identidad real y tampoco nuestro nombre.
Obviamente se percibía que nuestro inglés no se correspondía ni de lejos con el unos nativos, por lo cual, después, supe, sí hubo preguntas indirectas relacionadas con intentar conocer nuestro origen.
La pareja que recogimos en Eastcote tampoco era inglesa.
No puedo aseverar si pudieran ser australianos, irlandeses ó americanos.

Eran algo mayores que nosotros y destilaban un aire de exquisita elegancia en su conducta.

Cuando llegamos a Watford tuvimos que esperar a que nuestro Introductor pudiera recibir una determinada llamada en su móvil : en ese momento, percibí que la ceremoniosidad podía ser un tanto excesivamente teatralizada, pero no pude emitir ningún juicio valorativo porque la mujer que como pareja me acompañaba estaba sumida en un océano de intriga que, a su vez, la imposibilitaba para opinar objetivamente sobre lo que sucedía.

La llamada al final llegó, y al rato, caminamos los cinco entre las calles hasta llegar a una especie de repecho con el clásico paisaje urbanístico de esas afueras de Londres. Un silencio espeso amenizaba la situación. En ese momento, formulé algo a mi pareja, no recuerdo el comentario; sí recuerdo que la mujer de la otra pareja sonrió, quizá, por presuponernos hispanos, españoles.

Caminamos un poco más, hasta que llegamos.

El Introductor nos indicó que esperásemos en el descansillo de una casa unifamiliar con aspecto de los años 60 : ya era de noche, y el nerviosismo más evidente en la cara de mi pareja nos sentenciaba como aparentes noveles en semejante situación.

En ese momento percibí que la otra pareja también anhelaba una cierta dosis de normalidad comunicativa : pero no llegué a vislumbrar el grado de hastío que nos ocasionaba el silencio del Introductor.

Nuestra sorpresa fue cuando la puerta se abrió : nos recibió directamente una mujer de unos 45 años, con aspecto agradable, amable, y con la deferencia de hablarnos lentamente para que nosotros pudiésemos entenderla. Con apariencia británica, bien podría tratarse de una cuidada dependienta de unos grandes almacenes, ó de una perfumería. Nada apolínea, nada extravagante. Con un atuendo de normalidad absoluta y sin ningún detalle que ilustrara una ceremoniosidad plástica.


Acto seguido, la mujer despidió en la misma puerta al Introductor, que despidiéndose de nosotros lacónicamente con un “Buenas Noches- Good Night”, se fue inmediatamente y nos dejó en la antesala de la casa.

Le vimos alejarse sin sospechar que jamás volveríamos a vernos y que jamás hubiera deseado experimentar ese trance.

Una vez dentro, la mujer nos dio respectivamente a las dos parejas sendas tarjetas de Taxi, por si decidiésemos necesitarla en cualquier instante.

El hombre de la otra pareja y yo mismo nos quedamos mirándonos durante un breve segundo y comprendimos que lo que con ello se nos comunicaba era un doble mensaje : quien lea estas líneas, comprenderá lo que ello implica en sí.

No se oía ni un ruido.
Ni una voz.

Cuando avanzamos al interior de la casa pude percibir que aquella casa no era una casa en la que viviera nadie : debía tratarse de una casa alquilada con tal ocasión. Mi memoria me engaña -o quizá no desea rebuscar los detalles en la amnistía del olvido- pero recuerdo una sensación de humedad, de olor a casa cerrada, no fría, pero desde luego no acogedora. El mobiliario era mínimo, y con aspecto de muy circunstancial.

La mujer nos hizo entrar en el equivalente a un salón y nos invitó a ponernos cómodos.
Desapareció unos breves instantes y ambas parejas comenzamos a musitar comentarios entre todos.

Pasaron unos breves minutos.

Dibujamos una especie de difusa y no cosanguínea complicidad cuando, inesperadamente, sin contar con ello, y desafiando a la razones de la lógica, todos sufrimos un mayúsculo susto cuando de detrás de una de las cómodas apareció súbita y vertiginosamente un gato.

Musitamos alguna expresión de susto y rompimos a reirnos los cuatro.
Ellas, nuestras parejas, se sintieron aliviadas al poder descargar la tensión implícita.

Y estábamos todavía recuperándonos cuando la mujer de 45 años apareció con una silueta, con una figura humana al lado.
Silueta y figura enfundada en una especie de túnica oscura , con una capucha y con un calzado que impedía ver sus pies ó sus pantorrillas.

La mujer se dirigió hacia la figura, y le musitó :

“- You´re not allowed to be introduced to them ; they will decide upon, should they wish being introduced to you.”

Y cuando nosotros aún estábamos intentando descifrar las palabras asociadas, la silueta y figura humana asintió en silencio.

Mi pareja tenía en aquel entonces un mayor dominio de la lengua inglesa : por ello, se me acercó y repitió estrictamente en voz muy baja lo que había escuchado ; al reproducirlo, pude percibir su inquietud anhelante en la mirada.

Desaparecieron.
La mujer y la figura humana.

Todos permanecimos en silencio.

El susto previo y la súbita aparición de tan enigmático dúo nos hizo sucumbir en el silencio de quien no sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurre, qué es lo que observa.


No mucho rato después regresó de nuevo la mujer de 45 años.
Con bebidas y snacks en una bandeja.
Que dejó sobre una mesa, para a continuación -siempre amable, agradable, siempre educada-, desaparecer.
Por alguna extraña razón sentí prudencia y escepticismo de aceptar su invitación.

El cerebro dibuja en ocasiones riesgos y peligros ilógicos. No tenía sentido que nos drogaran ó que desearan envenenarnos; consecuentemente, pudo más el apetito latente y compartimos con nuestra pareja aquel improvisado aperitivo.

Hubiera deseado compartir algunas palabras con tan amable pero enigmática mujer. Ambas parejas, en cierto modo, atesorábamos un grado de inquietud entremezclada con un grado de expectativa no exenta de agridulce elucubración.

Cuando nos dejó comenzamos a hablar entre los cuatro, pero sabíamos que la advertencia de no formular preguntas personales no había sido vana : una norma pactada de antemano con el Introductor había consistido en que cualquiera podría marcharse en el momento en el que la incomodidad le invadiera. Por ello comprendimos el que previamente nos hubieran facilitado la tarjeta plastificada con el número de servicio de taxi.

La Intriga no pudo madurar mucho más.
No pasó mucho tiempo.
Apenas veinte minutos, media hora.
Media hora para que se quedaran incrustados los hechos entre los pliegues y los recovecos de la orografía de mi memoria .

Todo ocurrió rápido.
Como si se tratara de un ritual.
Porque una hora después, asistí, junto a otras tres personas, al más cruel, al más intenso, al más torturante y despiadado castigo que jamás en mi vida hubiera pretendido presenciar.

La noche de Watford posibilitó un caleidoscopio de aromas, olores, llantos y estigmas.
Visionar no es sentir.
Sin embargo, y en ocasiones, la óptica del dolor se percibe diáfanamente y permite atisbar cuál es el umbral : el umbral del cual nunca has de pasar.

Aquella noche me cambió el espectro de lo que presuponía que era el matrimonio del Dominio con la Severidad.
Y cambió el criterio, la noche de Watford, de dónde residen los límites de la frustración y de lo patológico ; de dónde residen los límites de lo snuff con el sadismo.
Dónde residen los límites, en suma, de lo que contradictoriamente ansiamos y de lo que creemos que nunca llegaríamos a ejercer.

Caleidoscopio visual.
Olfativo.
Sonoro.
En mi memoria.
Un caleidoscopio ambivalente.
Sangre, sándalo : como palabras del ángulo amable.
Sin cláusulas, sin palabras de seguridad.

Lo que nunca llegaríamos a ejercer, lo que nunca pensamos que podríamos llegar a contemplar.

Nunca nos planteamos con dosis de realidad estas cuestiones, hasta que ocurren.

El dolor puede sustituir a la humillación.
La humillación puede hacerlo con el dolor.
Cuando vienen acompañadas ambas, es difícil paralizar la inercia retroalimentadora de la una con la otra.

Desde la noche de Watford no comulgo con las enseñanzas cognitivas sobre lo que son los dictámenes de la severidad ni de las leyes tácitas del ámbito extremo.

Fundamenté un mayor grado de autoconocimiento, una más nítida percepción sobre la Vivencia BDSM y sobre su influencia psíquica en las personas.

La noche a la que asistí al más cruel, al más intenso, al más torturante y despiadado castigo que jamás en mi vida hubiera pretendido presenciar, fue una noche en la que se ancló en mi observación algo que siempre pude hasta entonces haber intuido, pero no corroborado : la mayor Sanción, el más intenso Castigo, es el que una Mujer ejerce sobre otra Mujer.”


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El Pasadizo Oculto.

jueves, 1 de febrero de 2007

Lus Puniendi


"Violoncello.
Envolvente.
Sinuoso.
Lo que percibes en la sensitiva piel interna de tus párpados es Seda.
Es Seda Negra.
Negra.
Como Negra es la ventana fílmica que ahora observas.
En tu mente.
Quedan vendados tus ojos en la litúrgica calma de un entorno en el que tú misma te has postulado.
Quedan vendados tus ojos para sumergirte en las cataratas negras con luz blanca.
Un silencio ameniza la fugacidad del instante.
Aroma de Canela.
Aroma de Lancôme.
Aroma que has escogido.
Violoncello y Canela.
Acerco el extremo del cáñamo a tu cara, lo deslizo como mostrándotelo.
Pero obviamente no puedes verlo.
Pero lo imaginas, lo cual te concede el grado de visualización dolorosa, dolorasamente anhelante.
Un sí pero no.
Un No, pero un Sí Anhelante.
Anhelante el cáñamo también.
Que asciende hasta tu cuello y hasta el canal de tus pechos.
Canal, Canalillo y Canela.
Pechos que desprenden aroma de Canela.
Un leve cosquilleo desde la forzada oscuridad : unas oleadas de excitación del ritual que tan sólo ejemplifica una somera introducción.
Introducción de lo que desconoces, pero que intuyes sacudirá tus convicciones.
Escalorfrío cuando en breves momentos la presión se cierna sobre tu expuesta piel.
Un extremo del cabo desciende por tus brazos lentamente, hasta alcanzar tu muñeca, con precisión cuasi-desesperante, comenzando a rodearla.
Ansías sentir anhelante presión alrededor.
Tenue.
Sin embargo no llega el tope y la cuerda pasa, tras varias vueltas por tus muñecas, como una voraz y ávida serpiente que se recrea en tan excitante parte de tu cuerpo.
Notas algo en tus tobillos.
Y no es tu cadena de plata.
No es Argentum.
La serpiente asciende en espiral por tus pantorrillas mientras tu vello comienza a erizarse al paso por la cara interna de tus muslos.
Notas el roce en tu prenda íntima : la inmisericorde serpiente rodea una y otra vez sin detenerse en tu pelvis ; semirozando deliberadamente tu sexo aprisionado en la lycra.
Regresa el silencio.
Sin violoncello, sin sus notas.
Confundida.
Quizá confusa.
El silencio permite la atmósfera ascética.
E intensifica la percepción de las sensaciones de una tu piel aún erizada tras el paso por las zonas bajas de tu anatomía. Unas manos palpan tus hombros.
Temor, de repente.
El tacto de las yemas es contundente.
Adivinas unas manos entreteniéndose en soltar los botones de tu blusa que van claudicando uno tras otro dejando tu pecho al aire.
Blusa, pero no de Seda.
Blusa, una blusa no blanca.
Estigmatizada.
La suave blusa es echada hacia atrás y notas por tu espalda cómo se desliza hasta caer al suelo.
Impera el silencio.
Tanto que crees podrías escuchar el imperceptible impacto del trozo de tela en la fría baldosa.
Tu espalda ha quedado libre tras despojarte del sujetador bodeaux y ha quedado libre para la nueva Melodía.
Comienza la cuerda su Sinfonía por tu nuca, se desliza suave y áspera al tiempo.
Te recorre los pechos, juguetea en tus pezones, hinchados y duros.
El aroma a Canela se hace más llamativo.
Más penetrante.
La cuerda desprende notas cruzando y bajando en espiral hasta tu cintura.
En silencio y en oscuridad realizas Aritmética del Deseo.
No es muy larga, apenas dos metros, piensas. Calculas.
Has sabido percibir su corta longitud por el breve espacio de tiempo en el que ha recorrido todo ese espacio.
Un silencio roto.
Roto.
Roto cuando adivinas el metálico arrastre de lo que te parece intuir una cadena que repta por el suelo.
En tu empeine percibes la inconfundible carga del acero que se arrastra por encima de tus botas, y que describe una curva ascendente alrededor de tus tobillos : primero en el derecho, girando una vuelta completa y, sin detenerse, pasando al otro tobillo y quedando a su vez rodeado mientras el otro extremo de la cadena sale libre del tobillo derecho inicial.
Repta.
Asciende.
Por tus pantorrillas : sientes la presión, demasiado notoria como para no sentirla y demasiado suave como para que esa cadena se quede aferrada definitivamente a tus piernas.
Oscuridad.
Ventana fílmica Negra.
Y sin embargo, un halo de Luz Blanca en tu mente.
Internamente maldices la fugacidad con que ese acero pasa por tus piernas.
Desearías que se quedara para siempre.
Pero todos anhelamos cosas.
Pero la cadena no desea permanecer en tí.
No hoy.
Momentáneamente sientes la ambivalencia agria.
Lo deseas, pero te desespera.
Acero seduciendo el Bordeaux.
Te desesperas de sentirte en medio de aquella estancia en la que adivinas el suelo de madera.
Vendada por la suave seda negra, tu torso descubierto, tus pezones expectantes y abandonados.
Casi lágrimas pueden nacer.
Pero si nacen, nacerán para un cruel dolor ocasionado por un castigo.
No llorarás aunque lo desees.
Esta gama de sensaciones encontradas quizá posibilite un Anhelo Amargo.
Te acercan el dulce a la boca y te lo quitan al momento de degustarlo.
La progresión de la cadena se detiene en tus muslos.
En la zona que no alcanzan las medias.
La zona inherente.
Distinta para cada mujer.
Para cada muslo.
Muslos inherentes, mujeres distintas, sensibilidades diversas.
Habría comenzado a envolver su cara interna.
Pero es un condicional.
Es un habría.
No es un hecho.
El Acero finaliza ahí.
Su Sinfonía, su Melodía y su Soneto de Excitante Castigo.
El frío roce de la Cadena ha muerto donde nace el caliente Aromático Fluído de lo que sientes íntimamente.


Furtivamente melodiosa, melódica, melosa, miméticamente mojada.
Furtivamente regresan las notas de un Violoncello.
Que se entremezclan con los sonidos procedentes de unas Botas que pisan un suelo de Madera regia.


Canela, Aroma.
Bordeaux.
Violoncello, Soga y Acero.

Lus Puniendi."



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domingo, 28 de enero de 2007

Allestrea


Buceando en los restos de lo que no necesariamente fue un Naufragio.
Buceando en líneas escritas.
Buceando en Calas visitadas.

Buceando, he encontrado algunas líneas que pertenecen a los amarres y a las Olas de una Tempestad



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“ ... ... Si sólo entiendes la sumisión como un capítulo que lleva necesaria y consustancialmente un capítulo de castigo, entonces, entonces no conoces todas las aristas que la D-S puede concederte. La sumisión implica muchas más cosas asociadas : sensaciones y sentimientos de más calibre que la sanción ante una desobediencia. Implica conocerse, como mujer madura. O como chica que ha logrado una cierta madurez. No es una estación de tránsito, es una convicción. Y no es un episodio de un capricho en una determinada fase vital.

Tampoco tiene que ver con lo que hayas podido sondear en ámbitos sórdidos.
La sumisión no tiene por qué asociarse a las gamas de lo oscuro, y de lo negro.
Porque hay sumisiones que son blancas, luminosas, resplandecientes, reveladoras y liberadoras : tienen la luz de la propia redención, del propio conocimiento, del íntimo auto-conocimiento.

Dardos, alegrías, temores y otros elementos añadidos que no pueden definirse con la certeza descriptiva de quien enumera los componentes de la lista de la compra. No hay lecciones ni grandes enseñanzas porque los sentimientos íntimos de entrega y de dedicación hacia quién te cuida, no pueden exponerse con la misma alegría narradora que quien cuenta la primera representación teatral de su hijo mayor.

Tú puedes hablarme de tu creciente hostilidad a la figura de tu marido, pero quizá proyectas sobre él elementos de autoculpa de lo que ha sido el diseño y la trayectoria de la vida escogida, de la vida que escogisteis. Admito, sí, quizá, la palabra “autoculpa” no sea la adecuada, pero no quiero abrir la caja de Pandora de las frustraciones acumuladas. Que arroje la primera piedra, quien esté libre de pecados acumulados.

Cuando la otra noche regresaste a casa, y fuiste disimulamente y directamente a la ducha, tú crees que disfrazabas y ocultabas lo que nadie podría llegar a saber. Pero simplemente lo que hiciste fue darte tu Bautismo ïntimo de asumir verdades que, por otra parte, siempre estuvieron residiendo en tí.

Nunca he pretendido, nunca anhelaría el convertirme en un Amo fetichista que te abra los poros con dolores soportables.
No.
Soy cruel contigo, si he plasmarte en palabras como ahora hago, que tu vida sintéticamente fácil tenía piezas psíquicas que no encajaban, y que, progresivamente, comenzaste a poder vislumbrar por ti misma en aquella antesala de aquella consulta. Y que cuando íntimamente me revelaste, tiempo después, los contenidos, me hiciste sentirme dichoso de ti por la confianza depositada.

El avance posterior lo has dado tú con tus gestos, signos, y convicciones.
La generosidad en la Dominación es el anverso de la generosidad en la entrega.
No siempre van de la mano, no siempre empatan en intensidad, pero, como te comenté clandestinamente aquella tarde en el Puerto de El Masnou, no puede existir la una si no existe siquiera un gramo de la otra.

¿ Recuerdas aquella tarde en la que la esquina del moderno Zurich, debiste acabar súbitamente aquel té y acudir a la tienda Sephora que se encuentra a escasos 100 metros ? ¿ Recuerdas que yo me adentré, contigo, una vez ya habías regresado, en las callejuelas adyacentes a la Rambla ?
Exacto.
Contrapones la sensación de temor que sentiste al recordar la voracidad con la que te sentías observada por los personajes de aquellas aceras.
Al igual que contrapones a ese temor, la sensación de seguridad que te otorgaba mi presencia.

Una generosidad compartida, íntima.



Y de ese equilibrio tácito nace una senda, un halo de contradicciones y, paradójicamente, un halo de vida.”


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Buceando.

jueves, 25 de enero de 2007

Sagitta

“Está cayendo la lluvia sobre el parabrisas.
Con persistencia.
Binomios híbridos de gran ciudad.
Atasco de tensiones.
Ahora eres una persona que lee estas líneas y que desconoce casi todo de lo que puede ir escrito en la siguiente.
Como yo desconozco lo que sientes al haber leído la línea previa.
Y la lluvia del parabrisas me recuerda aquella mampara de aquel baño.
En el que por devoción a mi sumisa, le construí su Venecia particular.
Gotas sobre la mampara del baño, gotas de lágrimas desdibujadas por una dicha.
Al dueño del vehículo que me precede, no puedo explicarle lo que es una Liturgia que nos juzgarán patológica.
Su parabrisas le abstrae quizá a otras preocupaciones.
A otros lugares.
Pero no a aquella Venecia de aquella noche.
Aquella madrugada, ya cercano el amanecer y cuando yo ya había dormitado alguna hora de sueño, ella quebrantó la orden y, temblorosa, casi temblando de frío, me despertó.
Con un espeso silencio.
Un silencio inerte.
Que se rompió.
Cuando me pidió encarecidamente que le permitiera salir del agua, puesto que, tras las horas, había quedado fría.

Y grabadas quedaron las dos imágenes.
Grabadas.
Con persistencia.

La de su mirada en la penumbra de la habitación.
Y las gotas que formaban el mosaico sobre la mampara. ”

miércoles, 24 de enero de 2007

Ad Eternum


Recuerdos y Fragmentos de una conversación del año 2002.-



“Puede costarte tanto explicarme por qué eres sumisa, como lo que me puede costar a mí el explicarte el por qué soy Dominante.
Me puede costar Dios y ayuda describirte lo que en D-S vislumbro bajo el concepto del Rigor.
Puede costarte un Imperio el que me matices lo que son tus Umbrales del Dolor.

Puede costarnos el explicarte, el explicarme, el explicarnos.

Pero ambos sabemos que hay cosas, que hay elementos, que hay dinámicas que no necesitan explicación.

Porque ... ... si admitimos que en el mundo “cotidiano diurno” casi todo responde a la políticamente correcta racionalidad ... ... ¿ cómo deseas que la introduzcamos en un ámbito en el que prevalecen a menudo más las preguntas que las respuestas ? ”

martes, 23 de enero de 2007

Decorum II

“Quise sentir su piel.
La piel de una dama cuidada, cuidadosa.
Su piel desprovista de la coraza de la prudencia.
La piel de ella, que experimentaba su primer acercamiento a lo que siempre ella consideró un oculto anhelo. Su piel, que era el segundo capítulo de lo que previamente habían sido largas conversaciones. Conversaciones clandestinas, y dentro de las mismas, aún más clandestinas por la temática tratada.
Por todo ello quise sentir su piel.
Quise tratar con dulzura y como si de aterciopelada Seda fuera, una piel que me generaba de forma contradictoria un deseo de castigo, de sanción, de ejercicio de un sometimiento.
Y su piel se abrió como su memoria, como el gajo de una mandarina. Sin dramatismos y sin ornamentalismos de fetichismos rancios. Y su piel me habló en directo, en vivo, allí, su piel me habló de lo que muchos años atrás quedó reflejado en su mente, entre las paredes de aquel internado mallorquín.
Y sentí un cierto paralelismo. Y sentí que cuando con la toallita húmeda, acaricié sus ingles, sentí que era un camino de no retorno. Percibí una mirada en cierto modo desafiante, su mirada, la de una mujer adulta que saboreaba el vértigo de lo que nadie podría imaginar, de lo que nadie jamás sospecharía. Con un aroma de mujer de clase media alta, que, quizá, despidiendo una fragancia que no conseguía yo determinar, era un aroma encaminada a la incitación de una irreversible sumisión.
Y por eso quise sentir su piel.
Y por ello cayó la primera, la primera gota.
Y recordé aquella vela grande, aquella vela litúrgica, aquella vela cuasi mística, aquella vela en aquella localidad de Inglaterra.
Y por eso, quizás, cayó la segunda gota sobre sus caderas.
Y la tercera sobre su ingle izquierda.
Y sobre la derecha.
Todo ello configuraba en el ambiente de nuestra intimidad una escena casi imposible : como si escribiésemos en directo un tercer capítulo. Un tercer capítulo en el que yo era conocedor de dónde residían los límites.
Y con ellos bailamos durante aquellas breves horas.

Un largo rato después, me quedé sonriéndola.
Su avidez era absoluta, pero su tiempo era casi nulo.

No me contentaba exclusivamente con desear sentir su piel, pero había cumplido con el hecho prometido hacia ella de que podría regresar con una lágrima dedicada hacia sí misma.

“- No puedo contestarte a todas las preguntas. A toda la amalgama de sensaciones y dudas encontradas que ahora se debaten en ti misma. Querer saber no es lo mismo que querer sentir. En breves minutos regresas a tu realidad, la estricta realidad de lo que es tu estricta vida, pero sabrás que a partir de ahora en ti misma existen otros parajes, otras sensaciones, otras pulsiones. Otra vida, en suma.”


Recuerdo cómo cómplice y clandestinamente nos despedimos aquella tarde noche.
En el cruce de Torrent de l´Olla con Travessera de Gràcia.
La ví alejarse, con su abrigo marrón claro, y sus botines.
Me regaló su sonrisa, a los pocos metros de haber marchado.

No llegué a poder vislumbrar su lágrima.
No aquella noche.”

jueves, 4 de enero de 2007

Decorum I



“Existe un pasadizo oculto.
Desconocido para la absoluta gran mayoría.
Y rigurosamente desconocido para las personas que configuran la realidad de mi entorno.
Ha permanecido durante tanto, tanto tiempo oculto, que incluso me negué a aceptar que existiera.
Me negué a aceptar que, en parte, este pasadizo se encontraba dentro de mí.
Silencié que existía.
Silencié que manaba en mí.
Aun siendo consciente de que sí, que claro que existía.
Aun siendo consciente de que manaba.

Hoy te invito a que lo conozcas, a que lo surques en algunos tramos conmigo.
No tengo guión predeterminado, porque no existe un script previo.
En nuestro mundo, en éste nuestro mundo, y cuando progresivamente entiendas el significado de esta acotación, como sabes, sólo existen capítulos.
Y algunos de los mismos no son concatenados ó sucesivos.
Algunos capítulos -convendrás conmigo- se presentan de forma aleatoria, alterna, sorpresiva.

Estas iniciales breves frases enuncian algunas de las inquietudes que hace escasas seis ó siete semanas escribía a bordo de un avión.
Las redacté a mano en un papel, a su vez refugiado en un bloc.
Y durante seis semanas, quizá siete, el bloc me urgía a que eliminara la mezcla de prudencia y de pereza : y a que afloraran algunos de los vértices del Pasadizo.

En forma y en esencia,
En liturgia y en pragmatismo,
Permítame decirle, narrarle, contarle, confesarle, intimarle,
Que existe un Pasadizo Oculto.”