miércoles, 13 de agosto de 2008

In Veritate Libertas




En la época de los Médicis la humillación se contemplaba más que como un juego ó un simple procedimiento. Era un anclaje de sometimiento y a su vez un complejo y ceremonioso ejercicio de liberación y de adquisición de la libertad. Si me permites humillarte, te libero. Esto es, yo soy el que tiene la potestad de concederte esa libertad, para que dejes de ser un siervo feudal, pero a cambio, he de humillarte. Y para que yo pueda humillarte, tú, siervo feudal, has de permitirlo.
Simple.
No en vano, los Médicis siempre mostraron predilección por los postulados platónicos.

Palabras similares, palabras quizá erosionadas por el tiempo.
En la cafetería de un Hotel.
Hotel Diplomatic, Pau Claris con Consell de Cent.
Años atrás.
Un flásh de memoria en su traje de chaqueta, azul marino.
Porque su blusa no quedó memorizada.
También ha sucumbido a la venganza del tiempo la modalidad, la tonalidad, el modelo de sus zapatos.
Se olvida quizá lo que no debe perdurar por ser intrascendente.
Poco sustancial, poco sustantivo.
Aunque la memoria –lo sabemos todos-, es caprichosa, voluble, pero siempre tirana.

Y unos años después y por una dinámica totalmente opuesta he regresado hace escasos días a esa cafetería. Y he concatenado un ejercicio de capricho memorístico con un álbum de imágenes mentales en las que prevalece el exquisito gusto conversacional de aquella tarde.

Poderoso mecanismo el de la Humillación, a menudo mal entendido, peor explicado, mal ejercido, mal expuesto.
Mecanismo en el que suele concentrarse múltiples preguntas, pocas respuestas, muchas contradicciones, muchos recovecos que oscilan en torno al ámbito D/S.
Un mecanismo muy, muy, muy caleidoscópico.
He escuchado decenas de opiniones al respecto y todavía configuro en mi mente su significado. Porque para mí es múltiple, o al menos dual.
Quizá porque, de hecho, yo también lo sea.

Muchas, muchos lo concibirán como cualquier tipo de actividad en la que una persona dice o hace algo que provoca sentimientos de vergüenza, denigración ó anulación en el otro. Y se puede llegar a ello con algo tan simple como "hablar sucio", por ejemplo mediante el uso de términos como "débil", “inferior”, ó "puta" para referirse a su pareja.

O se puede canalizar de forma tan compleja gracias a la configuración la creación de situaciones que son embarazosas para su acompañante : la exposición a él o ella desnuda delante de terceras personas, caminar él o ella en torno a una correa.
O dejar deliberadamente en la conserjería del edificio de oficinas en el que él ó ella trabaja una bolsa de un conocido sex-shop de la ciudad a su nombre.
Diferentes personas, diferentes psiques.
Diferentes factores desencadenantes emocionales.
La gama de actividades implicadas en la humillación –en su vertiente como juego, ó en su vertiente como tránsito y ceremonia- es enorme, y lo que una persona encuentra como sumamente embarazoso, podría no ser así para otro sumiso, otra sierva.
Así, por ejemplo, mientras a alguien le resultará muy violento desnudarse, vendada, delante de terceros, para otra persona, quizá, no lo sea. O que no lo sea, quizá, para ésta última, por ejemplo, comparado con el hecho de ser instruida, aleccionada, obligada a -en pleno mes de Julio ó de Agosto- a caminar veinte veces, veinte trayectos, vestida absolutamente de negro, en el recinto interior de L´Illa Diagonal, o en Madrid Xanadú.

Algún sumiso ó sierva no haría lo primero.
Muchas, muchos, tampoco harían lo segundo.


La humillación es un dominó negro que se construye con los sentimientos que produce, no con las propias actividades que la genera. Pero, ¿por qué le gustaría a alguien hacer sentir y hacerse sentir de esa manera?


He dedicado mucho tiempo a pensar en ello.
El “jugueteo” vainilloide de la humillación es algo relativamente frecuente entre los y las entusiastas en D/S. Y muchas veces se vive como capítulo, como numerito, más que como esencia de tránsito.

La apelación de la humillación es muy difícil de explicar a aquellos-as que no la entienden : parece ser una de esas cosas que o bien se capta a la primera, se obtiene su significado o nó, y si no se logra, confluye en forma de un degradante y áspero incomprendido castigo.

La humillación y la vergüenza pueden provocar una respuesta visceral; bajo las circunstancias y con las personas adecuadas, se le atribuye una inmediata excitación sexual que se asegura queda canalizada de forma más palpable en el elemento sumiso, servil. Siempre es peligroso tratar de añadir un "por qué". Razones, a nivel psíquico, las hay a decenas.
Para una determinada tipología de psique servil, una más que posible explicación es que el sujeto haya inroyectado en su mente por la educación, por el contexto familiar, por el ámbito social-educativo que la sexualidad sea algo vergonzoso. Una gran cantidad de personas atraviesan etapas y largos períodos de intensa vergüenza durante la pubertad y en su pre-adolescencia. Sobre todo si crecen en esquemas conductuales represivos ó con ambientes negativos que generen contradicciones en la velocidad con la que se acompasa evolución psíquica con evolución fisiológica.


La contradicción es adictiva. Más aún en etapas de bisoñez.


Se comienza con los sentimientos de excitación y con una confrontación de la incipiente sexualida generándose respuestas y reacciones de vergüenza y culpabilidad ; éstas dos experiencias emocionales quedan vinculada, unidas, selladas. Y en muchos casos, reversibles en el impacto que una genera sobre la otra. Por ello, finalmente, los sentimientos de vergüenza se mimetizan en sentimientos de excitación. Para otras personas, parece ser la impotencia y el sentimiento de desamparo asociados con actuaciones humillantes lo que realmente les empuja al sinuoso y ambiguo sentimiento de desear sentirse denigrado, denigrada.

Son dinámicas irracionales en muchos casos, viscerales. No tienen por qué estar asociadas a algún elemento concreto de un pasado que levanta nieblas en nuestro presente.


Ocurre, está ahí, flota.


Tampoco puede establecerse un paralelismo con que la impotencia sentida proceda de cualquier tipo de trauma : éste es un tema que en algunos tratados de psiquiatría ha generado una mayor controversia, y ciertamente es apasionante.
Ejemplo : imaginemos una chica joven de 16 años, bella y agraciada. Que aspirara en su momento a convertirse en modelo de Pasarela, una especie de top model. Pero que desgraciadamente tenga un accidente de moto, común entre adolescentes, y lamentablemente le quede una secuela de una leve cojera en una de sus piernas. Frustración, impotencia, cambio de planes.
Un mundo, un futuro al suelo. Abajo. Nada. Dolida, frustada, traumatizada.
Tiene que vivir con ello. Seguirá viviendo, seguirá otro futuro, seguiré asumiendo que un día ella pudo llegar a ser modelo, pero que un absurdo accidente de moto truncó sus expectativas. Y crece.
Y sigue su vida.
Y un día, descubre que fantasea. Con ser denigrada, humillada, atacada. Pero con un elemento clave : en un taller de motos, sobre una moto. Con algo que gire en torno a las mismas. Autocastigo. Expiación. Dónde queda la impotencia, dónde queda el trauma. Dónde queda el deseo de autohumillarse con ese castigo que aún sólo ella en su mente y en su recoveco íntimo, sólo ella conoce.

Elementos puramente irracionales, o elementos basados en una secuencia lógica de desencadenamiento.
Algo que no tiene sentido, algo que no tiene ninguna razón lógica.
Simplemente una peculiaridad, un toque exótico en ese órgano aún enormemente desconocido llamado Cerebro.
Pero cuyas neuronas reconocen y admiten en silencio lo que es el estímulo.
El estímulo real -puro, desencadenante- al que la Irracionalidad le importa tanto como a un ciudadano de Hong-Kong conocer que en Segovia existe un pueblo llamado Aldealázaro.”


Palabras similares, palabras quizá erosionadas por el tiempo.
En la cafetería de un Hotel.
Hotel Diplomatic, Pau Claris con Consell de Cent.
Años atrás.
Flásh de un traje de chaqueta, azul marino.
La memoria me continua impidiendo recordar cómo era su blusa."


viernes, 1 de agosto de 2008

Erga Omnes


“ Acaso si lo que sientes te confunde. Porque aterrizas en estas líneas y alguien te dice que sí, sí, que sí te has puesto esa blusa ligera y cómoda, y que sí, sí, acaso te has perfilado brevemente los ojos. Sin apenas sombra. Como una chica más, como una mujer más, como una persona normal más que aún no ha comenzado su etapa estival, o, precisamente quizá lo contrario, que quizá hayas reiniciado tras unos breves días de asueto, de nuevo, tu singladura laboral, profesional. O de estudios. Como una persona normal, como una mujer normal. Y te miras en el espejo, y ves eso, eso es lo que ves, porque eso es lo que eres.

Y claro que lo eres. Y claro que lo piensas, y claro que lo admites. Como también sabes que posees el otro elemento. El otro elemento que te acaba de configurar completa. Una configuración de mujer, de chica, de mujer adulta que sin ese ingrediente no se autoidentifica. Porque todos sí que nos identificamos. A veces, a veces con más o menos acierto. Pero autoidentificarse es distinto. Y en ese nivel incorporas tu ingrediente, tu secreto, tu tendencia, tu realización, tu complemento, tu alter-esencia. No sabré decirte con certeza si es un alter ó si es una Intro. Pero si lees, si captas, si entiendes, si comprendes, si percibes, si intuyes, entonces, entonces bien puedes posicionarte para comprender a esa doble persona que eres :

La que quizá se pone la blusa de Mango.
La que quizá estrena esa modalidad de rimel adquirida en Sephora.
La que quizá haya tenido una dura jornada con hastío y stress de e.mails.
La que incluso quizá sufra de un insomnio de verano que le fuerza irracionalmente a leer estos párrafos a estas horas.
La que sabe discernir, diferenciar.
La que sabe distinguir cuándo existe la Versión A de sí misma. Y cuándo la Versión B.

Y ahora no sé decirte si me lees como A, como B.
Si como A me crucé contigo en Mitre esta mañana.
O si como B estabas pensativa en el cajero de la sucursal bancaria.

Esa dualidad. A. B.
Dualidad duplicada en también en la mía, en mi esencia de A, B.
Fugaces instantes en los que sólo se puede intuir cuando se entrecruzan ambas.
Fugaces, breves.
Con un mecanismo tan liviano, tan ligero, tan poco certero y cierto que siempre nos induce a la duda, al desconocer dónde y cuándo podemos plasmarnos en lo que somos.


Pasillo, pasadizo, espejo.
De Complementariedades, de divergencias y de afinidades.
Erga Omnes.
Dualidad de tu A, de mi B.
De tu color, de mi blanco y negro.
Aunque no podamos, no debamos mostrarlo.”