jueves, 1 de febrero de 2007

Lus Puniendi


"Violoncello.
Envolvente.
Sinuoso.
Lo que percibes en la sensitiva piel interna de tus párpados es Seda.
Es Seda Negra.
Negra.
Como Negra es la ventana fílmica que ahora observas.
En tu mente.
Quedan vendados tus ojos en la litúrgica calma de un entorno en el que tú misma te has postulado.
Quedan vendados tus ojos para sumergirte en las cataratas negras con luz blanca.
Un silencio ameniza la fugacidad del instante.
Aroma de Canela.
Aroma de Lancôme.
Aroma que has escogido.
Violoncello y Canela.
Acerco el extremo del cáñamo a tu cara, lo deslizo como mostrándotelo.
Pero obviamente no puedes verlo.
Pero lo imaginas, lo cual te concede el grado de visualización dolorosa, dolorasamente anhelante.
Un sí pero no.
Un No, pero un Sí Anhelante.
Anhelante el cáñamo también.
Que asciende hasta tu cuello y hasta el canal de tus pechos.
Canal, Canalillo y Canela.
Pechos que desprenden aroma de Canela.
Un leve cosquilleo desde la forzada oscuridad : unas oleadas de excitación del ritual que tan sólo ejemplifica una somera introducción.
Introducción de lo que desconoces, pero que intuyes sacudirá tus convicciones.
Escalorfrío cuando en breves momentos la presión se cierna sobre tu expuesta piel.
Un extremo del cabo desciende por tus brazos lentamente, hasta alcanzar tu muñeca, con precisión cuasi-desesperante, comenzando a rodearla.
Ansías sentir anhelante presión alrededor.
Tenue.
Sin embargo no llega el tope y la cuerda pasa, tras varias vueltas por tus muñecas, como una voraz y ávida serpiente que se recrea en tan excitante parte de tu cuerpo.
Notas algo en tus tobillos.
Y no es tu cadena de plata.
No es Argentum.
La serpiente asciende en espiral por tus pantorrillas mientras tu vello comienza a erizarse al paso por la cara interna de tus muslos.
Notas el roce en tu prenda íntima : la inmisericorde serpiente rodea una y otra vez sin detenerse en tu pelvis ; semirozando deliberadamente tu sexo aprisionado en la lycra.
Regresa el silencio.
Sin violoncello, sin sus notas.
Confundida.
Quizá confusa.
El silencio permite la atmósfera ascética.
E intensifica la percepción de las sensaciones de una tu piel aún erizada tras el paso por las zonas bajas de tu anatomía. Unas manos palpan tus hombros.
Temor, de repente.
El tacto de las yemas es contundente.
Adivinas unas manos entreteniéndose en soltar los botones de tu blusa que van claudicando uno tras otro dejando tu pecho al aire.
Blusa, pero no de Seda.
Blusa, una blusa no blanca.
Estigmatizada.
La suave blusa es echada hacia atrás y notas por tu espalda cómo se desliza hasta caer al suelo.
Impera el silencio.
Tanto que crees podrías escuchar el imperceptible impacto del trozo de tela en la fría baldosa.
Tu espalda ha quedado libre tras despojarte del sujetador bodeaux y ha quedado libre para la nueva Melodía.
Comienza la cuerda su Sinfonía por tu nuca, se desliza suave y áspera al tiempo.
Te recorre los pechos, juguetea en tus pezones, hinchados y duros.
El aroma a Canela se hace más llamativo.
Más penetrante.
La cuerda desprende notas cruzando y bajando en espiral hasta tu cintura.
En silencio y en oscuridad realizas Aritmética del Deseo.
No es muy larga, apenas dos metros, piensas. Calculas.
Has sabido percibir su corta longitud por el breve espacio de tiempo en el que ha recorrido todo ese espacio.
Un silencio roto.
Roto.
Roto cuando adivinas el metálico arrastre de lo que te parece intuir una cadena que repta por el suelo.
En tu empeine percibes la inconfundible carga del acero que se arrastra por encima de tus botas, y que describe una curva ascendente alrededor de tus tobillos : primero en el derecho, girando una vuelta completa y, sin detenerse, pasando al otro tobillo y quedando a su vez rodeado mientras el otro extremo de la cadena sale libre del tobillo derecho inicial.
Repta.
Asciende.
Por tus pantorrillas : sientes la presión, demasiado notoria como para no sentirla y demasiado suave como para que esa cadena se quede aferrada definitivamente a tus piernas.
Oscuridad.
Ventana fílmica Negra.
Y sin embargo, un halo de Luz Blanca en tu mente.
Internamente maldices la fugacidad con que ese acero pasa por tus piernas.
Desearías que se quedara para siempre.
Pero todos anhelamos cosas.
Pero la cadena no desea permanecer en tí.
No hoy.
Momentáneamente sientes la ambivalencia agria.
Lo deseas, pero te desespera.
Acero seduciendo el Bordeaux.
Te desesperas de sentirte en medio de aquella estancia en la que adivinas el suelo de madera.
Vendada por la suave seda negra, tu torso descubierto, tus pezones expectantes y abandonados.
Casi lágrimas pueden nacer.
Pero si nacen, nacerán para un cruel dolor ocasionado por un castigo.
No llorarás aunque lo desees.
Esta gama de sensaciones encontradas quizá posibilite un Anhelo Amargo.
Te acercan el dulce a la boca y te lo quitan al momento de degustarlo.
La progresión de la cadena se detiene en tus muslos.
En la zona que no alcanzan las medias.
La zona inherente.
Distinta para cada mujer.
Para cada muslo.
Muslos inherentes, mujeres distintas, sensibilidades diversas.
Habría comenzado a envolver su cara interna.
Pero es un condicional.
Es un habría.
No es un hecho.
El Acero finaliza ahí.
Su Sinfonía, su Melodía y su Soneto de Excitante Castigo.
El frío roce de la Cadena ha muerto donde nace el caliente Aromático Fluído de lo que sientes íntimamente.


Furtivamente melodiosa, melódica, melosa, miméticamente mojada.
Furtivamente regresan las notas de un Violoncello.
Que se entremezclan con los sonidos procedentes de unas Botas que pisan un suelo de Madera regia.


Canela, Aroma.
Bordeaux.
Violoncello, Soga y Acero.

Lus Puniendi."



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