martes, 23 de enero de 2007

Decorum II

“Quise sentir su piel.
La piel de una dama cuidada, cuidadosa.
Su piel desprovista de la coraza de la prudencia.
La piel de ella, que experimentaba su primer acercamiento a lo que siempre ella consideró un oculto anhelo. Su piel, que era el segundo capítulo de lo que previamente habían sido largas conversaciones. Conversaciones clandestinas, y dentro de las mismas, aún más clandestinas por la temática tratada.
Por todo ello quise sentir su piel.
Quise tratar con dulzura y como si de aterciopelada Seda fuera, una piel que me generaba de forma contradictoria un deseo de castigo, de sanción, de ejercicio de un sometimiento.
Y su piel se abrió como su memoria, como el gajo de una mandarina. Sin dramatismos y sin ornamentalismos de fetichismos rancios. Y su piel me habló en directo, en vivo, allí, su piel me habló de lo que muchos años atrás quedó reflejado en su mente, entre las paredes de aquel internado mallorquín.
Y sentí un cierto paralelismo. Y sentí que cuando con la toallita húmeda, acaricié sus ingles, sentí que era un camino de no retorno. Percibí una mirada en cierto modo desafiante, su mirada, la de una mujer adulta que saboreaba el vértigo de lo que nadie podría imaginar, de lo que nadie jamás sospecharía. Con un aroma de mujer de clase media alta, que, quizá, despidiendo una fragancia que no conseguía yo determinar, era un aroma encaminada a la incitación de una irreversible sumisión.
Y por eso quise sentir su piel.
Y por ello cayó la primera, la primera gota.
Y recordé aquella vela grande, aquella vela litúrgica, aquella vela cuasi mística, aquella vela en aquella localidad de Inglaterra.
Y por eso, quizás, cayó la segunda gota sobre sus caderas.
Y la tercera sobre su ingle izquierda.
Y sobre la derecha.
Todo ello configuraba en el ambiente de nuestra intimidad una escena casi imposible : como si escribiésemos en directo un tercer capítulo. Un tercer capítulo en el que yo era conocedor de dónde residían los límites.
Y con ellos bailamos durante aquellas breves horas.

Un largo rato después, me quedé sonriéndola.
Su avidez era absoluta, pero su tiempo era casi nulo.

No me contentaba exclusivamente con desear sentir su piel, pero había cumplido con el hecho prometido hacia ella de que podría regresar con una lágrima dedicada hacia sí misma.

“- No puedo contestarte a todas las preguntas. A toda la amalgama de sensaciones y dudas encontradas que ahora se debaten en ti misma. Querer saber no es lo mismo que querer sentir. En breves minutos regresas a tu realidad, la estricta realidad de lo que es tu estricta vida, pero sabrás que a partir de ahora en ti misma existen otros parajes, otras sensaciones, otras pulsiones. Otra vida, en suma.”


Recuerdo cómo cómplice y clandestinamente nos despedimos aquella tarde noche.
En el cruce de Torrent de l´Olla con Travessera de Gràcia.
La ví alejarse, con su abrigo marrón claro, y sus botines.
Me regaló su sonrisa, a los pocos metros de haber marchado.

No llegué a poder vislumbrar su lágrima.
No aquella noche.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha emocionado leer este post. Quizas porque me hace añorar cosas.

Un beso